Los solsticios, su significado a lo largo de la historia de la humanidad

Para entender el significado e importancia de los solsticios y del porqué de su relevancia en varias culturas y épocas de la humanidad es importante entenderlos primero desde el punto de vista de la astronomía.

La tierra tiene dos movimientos principales, el primero es de rotación alrededor de su propio eje, generando así la medición de tiempo que llamamos día, la relación es de una rotación por día. El segundo movimiento, es de traslación alrededor del sol, generando la medida de tiempo que llamamos año, la relación es de una traslación por año. Cada traslación ocupa entonces 365,25 rotaciones. Es decir, cada año tiene 365, 25 días. Adicionalmente, debemos tener presente que nuestro planeta al girar alrededor del sol mantiene una variación de su inclinación con respecto al plano solar. Esta inclinación alcanza su mayor grado  de variación en dos momentos de su traslación, esta es de 23,5 grados.

Los solsticios son los dos puntos en los que la órbita de la Tierra tiene esta mayor inclinación con respecto a los rayos solares, marcando así el inicio de las estaciones de invierno y de verano. Aquí se genera la apariencia de que el Sol, en una parte del año, está por debajo de la Tierra, mientras que en la otra parte del año parece estar por encima, y los solsticios son los dos momentos en que parece estar «más por encima» y «más por debajo»

Para los que vivimos en el hemisferio norte del planeta, en este año 2024, el 20 de junio es el solsticio de verano (inicio del verano), y el 21 de diciembre es el solsticio de invierno (inicio del invierno). Para los que viven en el hemisferio sur sucede a la inversa.

Durante los solsticios, los días y las noches son de duración máxima. El día más largo del año ocurre en el solsticio de verano, mientras que en el solsticio de invierno tiene lugar la noche más larga, siempre refiriéndonos a nuestro hemisferio, nuevamente, en el hemisferio norte sucede a la inversa.

La denominación de Solsticio viene de que durante los días previos y posteriores el Sol parece levantarse y acostarse en los mismos puntos del horizonte y permanecer un tiempo mayor en dicha posición. «Solsticio» viene del latín “solstitium” o «sol staticus», que significa «sol quieto» o “sol detenido”.

Luego de conocer la importancia de estos momentos en la relación entre la tierra y el sol, y todo lo que esto significa para la vida sobre nuestro planeta entenderemos mejor el “porque” de las manifestaciones relacionadas a través de los tiempos. 

Los solsticios han sido celebrados por todas las culturas ancestrales de la historia. Griegos, Romanos o Celtas celebraban con verbenas, música y danzas que incentivaran a las fuerzas de la naturaleza, para influir en el destino próximo inmediato, tener buena suerte, un buen amor, o pedir salud y prosperidad a dichas fuerzas naturales.  

Antecedentes de la celebración solsticial cabría hallarlos, entre otros, en la celebración celta del Beltaine, o del bello fuego, o también fuego de Bel, ceremonia realizada en honor del Dios Belenos. Era el momento propicio en que los druidas purificaban el ganado y hacían plegarias por un año fructífero. Establecieron para gobernarse un calendario solar dividido en doce meses. A cada uno de ellos lo bautizaron con el nombre de un árbol de sus bosques apreciado por sus cualidades. Árboles que eran consustanciales como realidad de su hábitat, y para su supervivencia como pueblo ceñido a la naturaleza. A partir de esta división ordenaban los periodos propicios de siembra y de cosecha. 

Eran conscientes del hecho solsticial y de que los fenómenos ocurridos en la bóveda celestial tenían un grado de influencia en sus vidas. Reconocían en el Sol la paternidad de los ciclos de la naturaleza Una magia cargada de fuerzas positivas y generosas. La energía del Sol se trasmutaba y derramaba en sus tierras y frutos, en la fertilidad de las mujeres.

Similar era el trasfondo de las celebraciones griegas en honor del Dios Apolo que marcaban el solsticio de verano con sus hogueras purificadoras pidiéndole que no dejase en tinieblas a su pueblo, creían que la magia del Solsticio abría las puertas de lo incógnito y por un breve lapsus el hombre podría gozar de los privilegios de los dioses; de ahí la leyenda Griega de poder traspasar los espejos o visitar mundos paralelos. 

Minerva, por su parte, centraba las fiestas asociadas al fuego de los romanos. 

Similares formas culturales las tenemos en la civilización Hindú cuyo dios del fuego “Indra” es adorado entre fogatas y cánticos espirituales. En estas mismas fechas, ellos engalanan sus hogares, preparando piras purificadoras de las cuales conservarán sus cenizas por todo el año siguiente, además que por las formas que toman  las llamas y con las cenizas que quedan, los Hindú  profetizan el porvenir.  

Este simbolismo y ritos paralelos eran compartidos por pueblos distantes, inconexos, separados del Viejo Mundo por el Océano Atlántico o el  Océano Pacífico. En el caso de los Incas los dos festivales primordiales eran el Capac – Raymi (o Año Nuevo) que tenía lugar en diciembre y el que se celebraba cada 24 de junio, el Inti – Raymi (o la fiesta del Sol). 

En México los guerreros Aztecas se caracterizaban por su sentido del deber con respecto al vínculo con el Sol y la “renovación de los fuegos”. Los Mayas de la Península de Yucatán y Meso América continúan hoy en día, tal cual sus antepasados de centurias atrás, celebrando con ritos, cánticos, vestimentas y comidas, la magia del Solsticio para sembrar y obtener buenas cosechas. Los indígenas Norteamericanos siguen perpetuando  sus ritos mágico-simbólicos entre hogueras y danzas solares.

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