Sobre el nombre masónico en la masonería española

Por Eduardo Montagut, historiador.

Una reflexión sobre la razón de la adopción de nombres simbólicos en la Masonería española, a través del testimonio de un propio masón en 1872.

En la Masonería española ha sido regla común desde el pasado la adopción de un nombre simbólico por parte del iniciado en la misma. Al parecer, ha sido una característica en España con muy pocos ejemplos en otras Masonerías. La historiografía ya se ha preocupado por estudiar los nombres simbólicos de los masones españoles del siglo XIX porque podían proporcionaros información sobre la ideología, preocupaciones, mentalidades e inclinaciones de los masones. Pero, por nuestra parte, el objetivo de nuestro artículo es reflexionar sobre la razón de la adopción de estos nombres simbólicos por parte en la Masonería de nuestro país, a través del testimonio de un propio masón en 1872, cuando dicha organización vivió un evidente resurgir fruto de las libertades que trajo la Revolución de 1868.

François Randouyer se preguntaba en su estudio sobre la ideología masónica a través de los nombres simbólicos en el caso español cómo no se había desarrollado más este fenómeno en la Masonería en general, ya que, al ser una organización iniciática la adopción del nombre simbólico por parte del aprendiz masón supone una especie de renacimiento después de la “muerte simbólica” producida por todo el proceso de iniciación, como si de una especie de bautismo se tratase. Así aparece, realmente, en el ritual de iniciación, pero no parece como un requisito obligatorio, seguramente porque en otros lugares la Masonería no vivió tantas persecuciones.

Y en esta cuestión de la persecución encontramos la principal razón por la cual, en el caso español pesó más que la significación masónica o simbólica en sí del nuevo nombre la cuestión de la clandestinidad, la necesidad de protegerse ante la represión que padeció históricamente la Masonería, una institución sobre la que siempre recayó el anatema religioso, la inquina de los poderes estatales y la incomprensión social de forma muy acusada. En todo caso, como veremos en la justificación que se hace en el texto que hemos elegido, también se quería dejar claro que la Masonería española no solamente tenía que protegerse, aún en tiempos más benignos como los que se inauguraron con el inicio del conocido como Sexenio Democrático, sino que también era fiel a la tradición masónica sobre esta materia, aunque, se presentará una teoría más vinculada a la igualdad, uno de los pilares de la Masonería, que al cambio que se producía con la iniciación del profano.

En el primer número de abril de 1872 del Boletín Oficial del Gran Oriente de España se incluyó el texto de un maestro masón, cuyo nombre simbólico era “Pertusa” con el significativo título de “Los pseudónimos”.

Al parecer, a este masón le había movido escribir la extrañeza manifestada por algunos masones franceses al saber que los españoles todavía empleaban nombres masónicos, “simbólicos o de guerra”, y que según el autor eran formas incorrectas de denominarlos porque consideraba que eran “anagramas”. El texto pretendía demostrar que las críticas no eran justas y que los masones españoles cumplían con las costumbres y prescripciones masónicas.

El autor quería recordar a los franceses que en España había imperado durante muchos siglos el Santo Oficio, que había perseguido a todo el que se atreviese a proclamar el “libre examen” o tendiese a la emancipación de las clases desheredadas. La Inquisición persiguió a los masones y a todos los que tendían a “desposeer de sus atributos divinos a la monarquía absoluta”. Además, el Santo Oficio había contado con la ayuda de dominicos y jesuitas, aunque reconocía que éstos últimos habían adoptado aspectos masónicos como grados y jerarquías, ceremonias y usos, “hasta el extremo de crear nuevos ritos”, pero, en todo caso, unos y otros habían sido encarnizados enemigos de la Masonería.

Así pues, mientras en otros países europeos la Masonería contaba con siglos de existencia oficial, en España aparecía escondida en 1727, rodeada de precauciones y perseguida. Desde ese mismo momento los masones españoles no habrían podido hacer “pública manifestación de su existencia”, sufriendo persecuciones que llevaron a suspender todo trabajo regular a partir de 1848.

Veinte años después, como bien sabemos, tuvo lugar la Revolución de septiembre de 1868, y ese hecho fue, sin lugar a duda, muy beneficioso para la Masonería, como el propio autor manifestaba en su escrito, al considerar que desde entonces se estaba produciendo un verdadero renacimiento.

Pero ese trabajo de reconstrucción requería prudencia, valor y abnegación, además sin vanidad, ni orgullo. Parecía, en nuestra interpretación, como si el nombre simbólico fomentase esos valores.

Por otro lado, el autor quería dejar claro que los masones españoles eran fieles observadores de las tradiciones masónicas sobre los nombres simbólicos.

Nuestro protagonista tenía su personal interpretación sobre estos nombres. Según nos explica, en la tarea que la Masonería se había asignado de “modificar las bárbaras costumbres de los siglos medios” había procurado atraerse a los poderosos para asociarles a su obra. Muchos se habían prestado a ello, pero parecían reacios a despojarse de sus privilegios y para que se acostumbrasen a la igualdad se habría aplicado la adopción de un “nombre anagramático”, con el fin de que el conde, o el duque olvidaran que eran grandes. Así pues, en España, siempre según nuestro autor, esta costumbre había sido respetada, y pensaba que debía continuar hasta que llegara el momento que en el país se viera sin alarmas a la Masonería. En ese momento, los masones españoles solamente emplearían sus nombres propios.

Además de la fuente empleada recomendamos la lectura de los dos trabajos siguientes:

María Teresa Roldán Rabadán, “Análisis y estudio de los nombres simbólicos utilizados por los miembros de cuatro logias madrileñas”, en Ferrer Benimeli, La Masonería en la España del siglo XIX, vol. 2, Salamanca, 1987, págs. 529-540. François Randouyer, “Ideología masónica a través de los nombres simbólicos”, op. cit. págs. 425-440.

Sobre el autor: Eduardo Montagut es historiador. Dirige y edita la revista digital «El Obrero».

EL OBRERO es un diario digital formado por profesorado, protagonistas de la política, periodistas, escritores y escritoras, poetas, expertos y expertas en medicina, en informática y en economía, así como especialistas de la abogacía, con la firme decisión y total convencimiento de apostar por un periodismo constructivo y de valor social. Pretenden dar a su público la experiencia de un entorno de referencias sólidas tanto en el plano ético como en el cultural. Una mirada sosegada para evitar polarizaciones sociales e ideológicas. Informarse es ejercer la ciudadanía. No hay ciudadanía sin compromiso. En EL OBRERO, han optado por un modelo de comunidad abierto y colaborativo para un proyecto común y compartido.

Foto de la portada: ejemplar nº 23 de 1 de abril de 1872 del Boletín Oficial del Gran Oriente de España.

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