“Descreer” y crear la utopía (1)»

Podemos mantener desde nuestros principios éticos una confianza en la perfectibilidad del ser humano y de la sociedad que construye, no exenta de altibajos pero capaz de recuperarse pese a las dificultades. Se acuña para ello el término “descreencia” y se lo dota de significación. Hecho un breve análisis crítico de algunos aspectos de nuestro mundo, planteamos que, como masones, debemos mantener un espíritu crítico con la realidad y nos comprometemos, como defensores de la utopía, a crear un mundo más perfecto. La cuestión es cómo hacerlo (personal y colectivamente) y para ello es preciso que se aporten ideas desde las que diseñar líneas de acción grupales a desarrollar a medio y largo plazo.

1. INTRODUCCIÓN

Este Trazado de Arquitectura nació como una breve plancha que se presentó en la tenida ordinaria en Primer Grado de la Respestable Logia Andamana nº 3 el mes de enero de 6014. El objetivo era motivar a los aprendices a una reflexión sobre la necesidad de trabajar por la utopía desde los valores de la Masonería pese a las adversidades a las que nos vemos sometidos a diario.

En estas líneas se habla de la política y se nombra al fenómeno religioso, como elementos constitutivos que son de nuestra realidad cotidiana; pero no discute sobre política (ni sobre ideas políticas o cuestiones partidarias) ni sobre creencias religiosas o instituciones religiosas de ningún signo. Además, se hacen generalizaciones que sirven esencialmente para ilustrar situaciones, si bien soy consciente de que toda generalización encierra en si misma el error de no contemplar la excepción y la particularidad.

Someto pues mis reflexiones (que no son el resultado de un estudio ni un ejercicio de erudición, sino un esquema improvisado de cosas que pasan por mi corazón y mis pensamientos), para que las juzguen, corrijan cuanto en ellas hay de fútil o erróneo y las enriquezcan con su sabiduría.

2. CONFIAR EN NUESTRAS POSIBILIDADES PARA TRASCENDER NUESTRAS REALIDADES

2.1. ELOGIO DE LA DESCREENCIA

No me considero un descreído; en todo caso me definiría como un descreyente, aunque tenga que usar un término no canónico e inventarme para él un significado. Y es que si el descreído dejó de creer (en lo que fuera) en un momento determinado de su vida y no recuperó su fe, yo me levanto cada jornada con la esperanza de llegar a creer en nuestro mundo y sus posibilidades, y me despido del día con la certidumbre de no haberlo conseguido, con la confianza maltratada y la esperanza en carne viva. Afortunadamente, esta última, como el hígado de Prometeo, se rehace durante la noche a la lumbre de los sueños y, con la luz del amanecer, está lista para que yo pueda confiar en creer, para luego descreer en lo que parece ser un círculo sin fin.

El descreyente, pues, es inagotable en sus posibilidades de transformar cuanto le rodea puesto que, pese a no ser inmune a la decepción y el pesimismo, lo trasciende resurgiendo de sus propias cenizas.

La fe a la que me refiero es la fe en el Ser Humano, en su obra y en su capacidad para trascender sus limitaciones. No obstante, como me puntualizó acertadamente un Maestro, hablar de fe entre masones sin restringir el término a lo estrictamente religioso e íntimo, no tiene mucho sentido, por cuanto el masón basa su pensamiento y su acción en el imperio de la razón y de la experiencia objetivable. Pese a ser cierto, usaremos el término fe en sentido amplio: confianza en unos valores y conceptos morales superiores.

2.2. CRÍTICA DEL MUNDO

Como constructores de un mundo más perfecto, debemos hacer un esfuerzo por cuestionar cuanto nos rodea, mantener permanentemente una duda cartesiana sobre todas las cosas que nos permita atisbar la mentira y el error para actuar y sustituirlo por la verdad. Preguntémonos permanentemente, HH, sobre los diferentes aspectos de nuestra realidad; seamos críticos, indignémonos, propongamos soluciones, equivoquémonos, caigamos en la decepción y volvamos a levantarnos para comenzar de nuevo.Sugiero a continuación algunos ejemplos.

¿Cómo creer en las estructuras e instituciones del Estado, así como en aquellos que viven del ejercicio de la política, cuando parecen imperar en todos los niveles la incapacidad, la falsedad, la corrupción y la búsqueda del beneficio propio aún a costa del bien general? Si la política es “una rama de la moral que se ocupa de la actividad, en virtud de la cual una sociedad libre, compuesta por hombres libres, resuelve los problemas que le plantea su convivencia colectiva. Es un quehacer ordenado al bien común”1, ¿por qué la ciudadanía tiene la certeza de que una parte no desdeñable de quienes entran en el juego partidario de la política lo hacen, esencialmente, por asegurarse un presente o un futuro más prósperos? ¿Es comprensible la desafección ciudadana hacia la democracia representativa que tenemos; es justificable? Mi abuelo aconsejó a mi padre, y este a mí, que si tenía que entrar en política fuera para hacer fortuna y no por defender unos ideales, so pena de terminar frustrado y decepcionado; ¿debo darles la razón?

¿Puedo creer, en plena sociedad de la información, en los medios que crean y transmiten opinión, cuando reinan en ellos el alquiler de la pluma y el disfraz interesado de la verdad (cuando no la mentira defendida sin asomo de vergüenza)?Tenemos periódicos financiados con fondos procedentes de partidos políticos, o dirigidos por antiguos cargos político que actúan al dictado de un determinado partido; contamos con medios de comunicación que se alquilan a quienes ejercen el poder a cambio de ingresos procedentes de publicidad institucional o de concesiones en programas en televisiones públicas; tenemos prensa, emisoras de radio y de televisión que pertenecen a instituciones religiosas y que, además de servir de vías de adoctrinamiento masivo y de proselitismo, apoyan determinadas opciones políticas; existe también la prensa mantenida por grupos financieros interesados en dar determinada versión de la realidad… Las noticias se generan a un ritmo vertiginoso y caducan en tiempo récord sin darnos tiempo a asimilarlas. ¿Qué podemos creer de todo el bombardeo incesante de datos informativos y estadísticos, opiniones e imágenes con el que somos maltratados a diario? ¿Nos informan o nos aturden para que no tengamos opción de pensar y tener criterio propio?

¿Cómo confiar en la telaraña económica y financiera que nos envuelve, que todo lo controla y dirige, si a lo único que es impermeable es a la ética más elemental? ¿Cómo no sentirse en ella parte del banquete de unos cuantos a los que, además, hemos pagado la vajilla de porcelana y la cubertería de plata? ¿Existen la libertad y la democracia reales cuando el poder económico “influye” en las instituciones y estas actúan en buena medida a su dictado? Un estudio presentado por la ONG Intermón-Oxfam el día 20 de enero de 2014 bajo el título Gobernar para las élites. Secuestro democrático y desigualdad económica2, recoge datos basados en cifras estadísticas oficiales. Estas son algunas de sus conclusiones:

  • Las élites económicas están secuestrando el poder político para manipular las reglas del juego económico, que socava la democracia.La tibieza en la presión fiscal a los ricos, los recortes sociales que afectan más a los menos pudientes o el rescate de la banca con fondos públicos son ejemplos de un fenómeno que es tan visible que crece la conciencia pública del aumento del poder de los más poderosos.
  • La desregulación financiera, los paraísos fiscales y la inequidad de los sistemas impositivos aumentan las diferencias entre los más ricos y los más pobres, mientras las clases medias se empobrecen.
  • 85 millonarios del mundo suman tanto dinero como 3.570 millones de pobres del planeta.
  • el 1% más rico de la población ha concentrado el 95% del crecimiento posterior a la crisis financiera. La crisis ha sido el medio ideal para que las grandes fortunas ganen aún más: sólo durante el año 2013, 210 personas se han incorporado al “selecto club de los multimillonarios” que superan los mil millones de dólares, actualmente formado por 1.426 personas.
  • En Europa, los ingresos conjuntos de las 10 personas más ricas superan el coste total de las medidas de estímulo aplicadas en la Unión Europea entre 2008 y 2010 (217.000 millones de euros frente a 200.000).
  • Siete de cada diez personas viven en países donde la desigualdad económica ha aumentado en los últimos 30 años.
  • En nuestro país, 20 españoles tienen la misma riqueza que los 9 millones más pobres.

¿Podemos creer que la Justicia es igual para todos; que todos tenemos las mismas oportunidades para nuestra defensa; que las estructuras del Estado nos protegerán por igual pese a nuestra posición social y nuestras influencias o que los jueces son independientes del poder político y económico? El poder político, al nombrar a los miembros de las principales instituciones jurídicas del Estado, favorece que la percepción general sea la de contar con un poder judicial politizado, en el que se puede presuponer sin excesivo margen de error el posicionamiento de los jueces o asociaciones de jueces, conservadores o progresistas, ante las grandes polémicas del Estado. La independencia judicial se ha visto en entredicho por los escándalos aparecidos en los últimos veinte años y las acusaciones (las más de las veces no probadas), de connivencia entre políticos, empresarios, jueces, abogados y/o fiscales han llenado columnas de numerosos periódicos. Los grandes imputados de este país pueden permitirse pagar carísimos bufetes de abogados, algo que no está al alcance del bolsillo de la gran mayoría. Las leyes imponen severas tasas a quienes quieran llevar sus asuntos a determinadas instancias de los tribunales. La lentitud de la Justicia, lastrada por la falta de inversión, de personal y de medios, impide que pueda actuar con la celeridad deseada. ¿Podemos afirmar entonces, con la rotundidad que se hace desde distintos medios, que la Justicia es igual para todos?

En un mundo en el que las instituciones religiosas imponen a no pocos gobiernos la inclusión de sus credos como base moral sobre la que construir las leyes de los Estados en los más diversos órdenes, provocando con ello situaciones de marginación, castigo y rechazo de quienes se atreven a pensar, vivir, actuar o sentir diferente; cuando los derechos de las personas son eliminados a golpe de ley por imposición de las ideas religiosas del gobernante, ¿dónde queda la libertad de conciencia? ¿Dónde está el respeto a quien desde sus propias creencias religiosas mantiene valores y modos de comportamiento diferentes?¿Por qué tienen que aceptar quienes no fundamentan su vida en una fe religiosa que se les impongan preceptos morales opuestos muchas veces a otros valores universales basados en la razón y la ciencia?

¿Puedes confiar en una Humanidad que ve cómo la guerra, el hambre, la sed, la esclavitud, el paro, el derroche, la ignorancia, la tiranía, la tortura, el miedo o el fanatismo actúan con impunidad y no se moviliza para impedirlo? ¿Entendemos como normal que a quienes huyen de todo ello los dejemos morir ahogados sin prestarles ayuda o los frenemos a golpe de alambrada y cuchilla? Nuestra sociedad occidental está en buena medida aletargada por el espectáculo deportivo (los nuevos gladiadores de nuestro tiempo); por el espectáculo televisivo inconsistente; por el carrusel de las nuevas tecnologías y las redes sociales virtuales; por el miedo a perder con la crisis lo poco que se tiene… Nuestras grandes preocupaciones son tener, disfrutar y no perder y dejamos poco margen para la solidaridad con el necesitado o la rebelión ante lo injusto. La crisis económica que vivimos parece que ha hecho cambiar en algo este panorama, despertando conciencias y favoreciendo la ayuda mutua. ¿Es posible ir más allá para lograr una Humanidad más consciente, solidaria y justa?

¿Es aceptable que destruyamos el mundo que nos rodea, privando de futuro a nuestros hijos, por lograr hoy el beneficio económico para unos pocos? ¿Hacia dónde mira el Arquitecto cuando el suelo tiembla, el mar se traga las costas, los ríos se desbordan o se seca la tierra y las gentes mueren por miles? ¿Dónde podemos encontrarlo cuando el mal nos vence, lo perdemos todo y el dolor nos ciega?

¿Puedo confiar, en definitiva, en que como seres humanos somos capaces de responder positivamente a estas y otras muchas preguntas? O, dicho de otro modo, ¿puedo tener esperanzas en alcanzar un cambio que parece inalcanzable?

2.3. DEFENSA DE LA UTOPÍA DESDE LA ÓPTICA MASÓNICA

Cuando Thomas More (Tomás Moro) quiso describir el estado ideal de una sociedad en la que reinaban la paz, el equilibrio y la prosperidad, lo hizo utilizando la imagen de una isla artificial a la que llamó UTOPÍA y con ello acuñó un término que previamente no existía. Utopía era pues un lugar geográfico, una isla creada exprofeso por sus habitantes. Es un símbolo acertado.

La isla es aquella tierra a la que sólo los elegidos, aquellos que conocen el arte de navegar, pueden acceder. Poner el pie en Utopía y construirla, no estaba al alcance de cualquiera.

Del mismo modo, construir la utopía, el mundo ideal alternativo a la realidad existente, no es trabajo de cualquiera. El arma es la crítica de este; de ahí que en las líneas anteriores haya hecho un examen severo de algunos aspectos de nuestro mundo. Primero se ha de ser, en consecuencia, un crítico feroz de cuanto nos rodea; luego se debe ser un buscador de la perfección capaz de imaginar lo que se desea y las vías para lograrlo; por último se tiene que convertir uno en constructor de nuevas realidades.

Y en el caso concreto del iniciado masónico (el alquimista que se transforma a si mismo), debe actuar como un elemento favorecedor del cambio de la sociedad partiendo de las posibilidades de la misma sociedad. En la revista que la RespLogAndamana publicó antes de su desaparición en 1936, aparecía el lema “Andamana: amor a la humanidad”. Quizás la expresión pueda parecernos chocante, pero esa es la base del trabajo masónico: amor por la Humanidad, respeto por su diversidad, confianza en sus posibilidades de mejora y defensa de unos valores universales que pueden ofertarse a todos los seres humanos en la confianza de que nadie se verá perjudicado por ello.

Como masones no podemos quedarnos en la crítica que nos rodea, no podemos ser filósofos de gabinete que no se implican en el mundo real; no podemos fallar en la creencia de la perfectibilidad del ser humano ni dejar de trabajar por su progreso. Por eso no podemos permitirnos el lujo de sucumbir ante nuestras dudas y nuestras decepciones: dudamos como instrumento de crítica de la realidad; nos decepcionamos porque no somos invulnerables y trascendemos el desánimo porque la construcción del Templo a la Verdad no admite rendiciones. Somos, en definitiva, descreyentes que luchan por dejar de serlo.

Como masones somos buscadores de la utopía, del mundo que ideamos y planificamos y del modelo de persona que buscamos ser, pero sin caer en el idealismo, en lo imaginario, en la fantasía o en lo irrealizable (significados que se dan muchas veces a ese término). Nos regimos por el sol de la razón y aprovechamos cuantas posibilidades ofrece la imaginación que representa la luna (sin llegar a ser lunáticos…); por eso ambos elementos presiden el Oriente de nuestros Templos. Y nos basamos para ello en todo el arsenal de valores que hemos atesorado a lo largo de los siglos.

Un adagio masónico, contenido en una de las muchas recopilaciones de “mandamientos” de la Orden dice: “Haz de tu cuerpo un Templo, de tu corazón un altar y de tu espíritu un apostolado del Amor, la Verdad y la Justicia”. Esa es nuestra fuerza. Eso es parte del Arte Real y, por tanto, nuestra labor como masones.

Kipling (n.·.s.·.), m.·.m.·. de la R.·.L.·. Acacia nº 4 de la Gran Logia de Canarias.