Permítanme que continue contándoles una breve historia relacionada con los cheroquees. Creo que se trata de una historia que es relativamente bien conocida en los medios de la new age, pero no por ello carente de interés para iniciar esta cuestión.
Un adolescente va entrando en un bosque a la caída del Sol. Solamente le acompaña su padre, con el que sigilosamente y con mucho respeto se dirige a lo más profundo de ese bosque. La oscuridad va haciéndose mayor. La luna brilla en una mínima expresión. Los sonidos de animales cercanos, de ramas bailando al son de la suave brisa se van intensificando conforme esa oscuridad aumenta. En un determinado momento el padre hace sentar al muchacho y le venda los ojos. Va a vivir su primera experiencia para transformarse en hombre. Su padre le deja solo. Sabe que no podrá contar nada de lo que viva esa noche. Tampoco sabe si sobrevivirá. Deberá permanecer sentado sobre el tronco donde le dejó su padre toda la noche y sin quitarse la venda, hasta que los primeros rayos de Sol le confirmen que el día se ha hecho, que ya es la mañana. No podrá pedir ayuda. Y si sobrevive, sin derrumbarse, será un hombre.
No podrá contar su experiencia absolutamente a nadie más, por mucha amistad, intimidad y compañerismo que exista. Cada joven tendrá que convertirse en hombre él solo. Y la experiencia de cada uno de ellos será exclusiva.
Escucha multitud de ruidos, a cuál más extraño y amenazador. Se siente aterrado. Sabe que hay reptiles y bestias que le pueden devorar en cualquier momento. Incluso pueden verle hombres de otras tribus que le dañen físicamente o le capturen. La brisa se transforma en viento fuerte, todo se agita más, los ruidos se endurecen. Siente miedo, pero él se mantiene con valor sin apartar la venda de sus ojos.
¡Tiene que lograr convertirse en hombre!
Por fin, después de esa noche aterradora, empieza a sentir la calidez de los primeros rayos de Sol. Se aparta la venda de los ojos. Y en ese momento ve a su padre muy próximo a él. Estuvo toda la noche protegiendo a su hijo de cualquier peligro.
El padre estaba allí, aunque el hijo no lo sabía.
Esta breve y bella historia nos deja entrever pequeños aspectos o características comunes en muchas iniciaciones. Básicamente, el aislamiento del individuo, el silencio interno y soledad frente a un medio aparentemente hostil.
En algunos grupos esquimales el chamán lleva a su pupilo, alguien a quien ha estado preparando durante años, muy lejos de su poblado. Le deja solo, sin alimentos, sin agua, durante una lunación. Durante ese periodo el aspirante a chamán estará golpeando piedra sobre piedra hasta que pueda comunicarse con los espíritus del otro lado, o quizás muera. En el aislamiento, con el silencio, el hambre y la sed, además del sonido monótono del entrechocar aquellas piedras el joven aspirante tendrá la posibilidad de atravesar la frontera entre los dos mundos. Se habrá iniciado como chamán.
Hace aproximadamente cuatro mil quinientos años, en Egipto, se construía la pirámide de Keops, la edificación más alta del mundo, hasta hace unos cien años. El cauce del Nilo en aquel momento era diferente al actual, pasando mucho más próximo a la Gran Pirámide de lo que hace hoy. Por otro lado se construyó un lago con varadero para la movilización de las grandes piedras. Recientemente se han ido encontrando en esa pirámide grandes espacios sobre la llamada cámara del rey y la gran galería o vestíbulo, así como un pozo de unos veinte metros que desciende desde la cámara subterránea. Algunos estudios recientes plantean que los Hierofantes, los Supremos Sacerdotes egipcios, se sometían a una prueba iniciática extrema. Después de pasar una noche en la más absoluta oscuridad en aquella cámara subterránea, descendían por el pozo inundado para salir al Nilo.
La escuela pitagórica, la que según parece seguía pautas de enseñanza, conocimientos y procesos iniciáticos originarios de Egipto, mantenía a los seleccionados durante cinco años sometidos al silencio entre otras muchas prácticas, así como al aislamiento sensorial y a la ensoñación.
Lo cierto es que desde que el ser humano empezó a tomar consciencia de sí mismo y del medio en el que se encontraba, así como de los múltiples misterios que lo envolvían, comenzó a seleccionar hombres y mujeres siguiendo procesos y ritos de iniciación más o menos complejos, más o menos elaborados con los que imprimir un sello a nivel consciente y, fundamentalmente, inconsciente del aspirante. Desde el paso de convertirse en hombre o mujer, a ser guardián de aquel fuego considerado sagrado y entregado por los dioses. Desde poseer los secretos de la forja y de la agricultura al conocimiento del movimiento del Sol, la Luna y mas tarde de otros planetas. Y así, abarcando generación tras generación los conocimientos que aquel ser humano alcanzaba.
Podríamos recorrer los diferentes momentos culturales de cada una de las diferentes civilizaciones que han pasado por nuestra Gaia y sea cual sea la civilización, el momento cultural, la religión, etc., siempre encontraremos rasgos semejantes.
Si nos centramos en nuestra institución vemos muchas características de lo que podemos considerar como una Iniciación siguiendo la tradición más esotérica. Entendiendo como esotérico aquello que está oculto, escondido, como mínimo en el momento que nos toca vivir.
Pasamos un periodo de introspección, de encontrarnos en aquella cámara oscura y lúgubre que de alguna manera nos enfrenta a la muerte, o al sentimiento de estar cerca de ella. Atravesamos la barrera que nos devuelve a la vida en un parto ficticio, que se sigue por el enfrentamiento a diversas vicisitudes. Así hemos renacido a una nueva vida en la que tendremos que callar y ser guiados por nuestros hermanos mayores para seguir creciendo y vivir nuevas iniciaciones a lo largo de nuestra vida masónica. Y todo ello con el planteamiento de buscar la verdad y aquella palabra perdida posiblemente origen de todo. Aunque, a partir de un cierto momento histórico y cultural aquella búsqueda parece haber ido quedando relegada para que la «leitmotiv» sea la de educarnos o prepararnos para ser buenos y casi perfectos ciudadanos del sistema donde hemos nacido. Siempre, claro, que lo hayamos hecho en un medio democrático.
Evidentemente, son dos aspectos que no deberían estar peleados pero que quizás nosotros mismos enfrentamos cuando nuestra visión se queda algo superficial y, aparentemente, sin energía para sumergirnos en una introspección de lo que es la masonería.
Es cierto, que en el momento presente, el conocimiento está estructurado por una ciencia casi absolutista. Que no parece existir nada más que el llamado conocimiento científico. Y por tanto, ¿que verdad puede buscar un masón que no esté arropada por ese conocimiento científico? Desde ese momento tendríamos que reconocer, como sociedad iniciática, estar relegados a una mera escuela de hombre y mujeres libres en una sociedad libre. Ya que ni tan siquiera el trabajar por una sociedad libre estaría en nuestras posibilidades. ¿Para que son si no los partidos y movimientos políticos?
Por supuesto no es lo que yo creo, pero me parece que son puntos interesantes para hacer una reflexión mínimamente profunda sobre nuestra motivación de ser y sobre el aspecto iniciático que nos toca buscar y entender.
Sulfur n.·.s.·.