Los Solsticios (por Kipling)

 

En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios,
y la Palabra era Dios (…) en ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres,
y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.
Hubo un hombre, enviado por Dios: se llamaba Juan.
Este vino para un testimonio, para dar testimonio de la Luz
.”
(Jn, 1: 1 y ss)

MRGM, VVMM, QQHHy HH y familiares:

Así comienza el Evangelio de Juan, el más simbólico y místico, el más influido por la filosofía que ya impregnaba a los esenios de Qumram como preludio del gnosticismo posterior y que, mediante el uso de parejas de opuestos, como la del binomio luz y tiniebla, se adentra en un discurso en el que predominan el concepto de unidad de todos los seres humanos y el convencimiento acerca de la necesidad ineludible del amor fraterno. No es por tanto casual que sus palabras presidan nuestras reuniones, y no lo es que estemos hoy participando en esta celebración.

El evangelista Juan, junto a Juan el Bautista, son los patronos de la Masonería, como antes lo fueron de los gremios de canteros medievales; de ahí que a nuestros talleres se les llame “logias de San Juan”. Su nombre hebreo significa “Dios es misericordioso” o también “el que ha recibido la gracia divina”, es decir el iluminado, el iniciado. Su festividad en el mundo católico se celebra el día 27 de diciembre y está muy relacionada con la otra celebración joánica: la que cada 24 de junio rememora el nacimiento de Juan el Bautista. Son los llamados San Juan de invierno y San Juan de verano, que coinciden claramente con los solsticios o, lo que es lo mismo, con las fiestas planetarias de la luz.

Se trata de los dos momentos del año en los que la Tierra se encuentra más separada del sol al recorrer su órbita y, por ello, la declinación del sol se mantiene durante días casi inmóvil; de ahí el nombre de «solsticio», que significa en latín «Sol estático». El solsticio de invierno, que se produce el 21 de diciembre, es el día más corto del año en el hemisferio norte, cuando el sol alcanza a mediodía su punto más bajo en el cielo. Justo al contrario que en el solsticio de verano, que se produce el 22 de junio. Esta circunstancia fue pronto detectada por una humanidad, que ha puesto sus ojos y sus esperanzas en la bóveda celeste desde hace más de cuatro mil años. El sol se para, muda su rutinario devenir, agoniza y con ello se ve peligrar la esencia misma de la existencia de las diferentes culturas que nos precedieron, porque con la muerte del sol sobreviene la desaparición de todo lo viviente. Por el contrario, en verano la Luz triunfa finalmente sobre las tinieblas. No es extraño, pues, que estemos ante noches mágicas en buena parte del mundo: noches de brujas, de conjuros, de nacimientos divinos…

A los solsticios se les llamó también en la Antigüedad las puertas: las “Ianua coelli» y «Ianua inferni”, las puertas del cielo y del infierno que daban paso a cambios importantes en la Naturaleza. Y en los muros del templo, los solsticios son representados por las dos columnas que enmarcan la puerta que han de pasar los iniciados: la del Norte umbrío y gélido y la del Sur brillante y cálido, las mismas que marcan la marcha ascendente del aprendiz, mientras bajo la bóveda celeste los Maestros de Ceremonias y Experto emulan la órbita solar en su inmutable deambular dextrógiro.

Son las fiestas de la muerte y la regeneración de la vida, que entroncan con ciclos teológicos muy antiguos, como el de Osiris en Egipto. Se sabe que en la antigua Roma, en los solsticios primaba el culto al dios Jano, representado siempre como un individuo bifronte, es decir con dos caras unidas aunque opuestas entre sí y coronadas por la luna creciente, símbolo de lo mutable y perfeccionable. Jano el iniciador, el que abre las puertas y da acceso, aquel a quien se dedica enero, el mes con el que comienza el año. Fue recompensado por Saturno con la facultad de saberlo todo sobre el pasado y sobre el futuro, siendo así enteramente sabio en el presente. Es el prototipo de la persona iniciada, iluminada y dotada de conciencia plena. Jano es, según René Guénon, el maestro de las dos vías, el señor del conocimiento y, por tanto, el que da acceso a los iniciados hasta los misterios. Fue el patrón de los buscadores de la luz del conocimiento, el protector de los nacimientos y de aquellos que iniciaban nuevas empresas. De ahí que el cristianismo lo identificase con el evangelista Juan, el iluminado que ha recibido el verbo divino en el pasado y que, como el Jano latino, plasmó simbólicamente el futuro en su Apocalipsis.

Pero más allá de lo religioso, y desde una perspectiva enteramente masónica, podemos profundizar aún más en el símbolo joánico. Como dice Juan Carlos Daza, el evangelista Juan representa al masón en recogimiento al encuentro de su luz interior, como el invierno supone la mengua de la luz solar y la vida en letargo ante la hostilidad del mundo exterior. Para nosotros el Solsticio de invierno no es otra cosa que el descanso fecundo de la tierra, que mañana producirá hermosos frutos. Es el reposo necesario para ordenar nuestro propio universo y alcanzar mañana las metas esperadas. Así, a solas y libres, podemos aspirar a elevarnos espiritualmente y penetrar en los misterios de la perfectibilidad individual y universal del Ser Humano.

Por el contrario, Juan el Bautista simboliza el masón en expansión y en comunión con todo lo creado, como el verano es la explosión de la luz, del fuego y de la vida que fructifica.

Los dos San Juan representan a aquellos que han decidido purificarse, cambiar y encauzar sus vidas bajo una nueva luz: el evangelista propone la transformación por medio de la palabra y el conocimiento, mientras que el bautista lo hace con la acción, con la purificación bautismal por el agua. Representan así el mundo de las ideas y el espíritu, por un lado, y el de la materia y la acción por el otro o, lo que es lo mismo, la escuadra y el compás que entrelazados dotan al iniciado masónico del equilibrio al que aspira.

No es de extrañar, por tanto, que Juan, los dos San Juan, tengan tanta importancia simbólica para la Masonería, y de ahí que tradicionalmente se celebren de manera especial y solemne las fiestas solsticiales: juntos y en compañía de nuestros seres amados. Y es que, además, el Solsticio de Invierno nos recuerda nuestra propia iniciación, pues desde las tinieblas de las entrañas de la tierra pasamos a ser cegados por la claridad que emana desde el Trono de Salomón. En estas fiestas de la Orden, todos aquellos que han recibido la Luz y buscan la Verdad encuentran un motivo de alegría y de celebración en fraternidad.

HHy HH, carguemos nuestros cañones y elevemos los corazones al Arquitecto con el deseo de que, como en el día de nuestra iniciación, nuestras tinieblas sean desveladas y todos nuestros anhelos de perfección alumbren nuestros pasos en el año que comienza.

En los VV de Las Palmas de GC, a 15 de diciembre de 2005.