Reflexión de un Aprendiz Masón sobre sus herramientas

V.·.M.·.

QQ.·.HH.·.
de la R.·.L.·. Andamana Nº 3.

Después de escribir mis dos anteriores planchas, he sentido la necesidad de dar un significado práctico, propio, a las herramientas del aprendiz. Sinceramente, sentí que redactaba ideas que no describían acciones concretas relacionadas con el trabajo sobre la piedra bruta. Eran expresiones abstractas con cierta cantidad de formalidades: tenía que incluir en el texto de las plancha la alusión a las herramientas, expresarme en términos masónicas, etc. Pero esto me resulta más complejo que identificar qué efectos estaba percibiendo del simbolismo de mi grado.

V.·.M.·., queridos hermanos: tal vez mi ignorancia sobre nuestros misterios me lleven a la imprudencia de escribir lo que contiene esta plancha. Vosotros sabrán darme, y os pido, ayuda para salir de mis errores.

Es especialmente difícil por razones de idioma, adentrarme en el conocimiento que debe tener un aprendiz. Me parecen estupendos los textos que ha preparado el Q.·.H.·. Kipling pues son los únicos que he podido mínimamente entender. Lavagnini, imposible para mí. Algunos textos en mi idioma me han ayudado a comprender algunas cosas, pero luego el problema son los nombres de los símbolos y otras expresiones. Comento todo esto porque para llegar a las presentes reflexiones he recorrido un camino muy empedrado.

La primera cosa que he creído comprender es que la piedra bruta es el hombre y, en mi caso, mi propio yo. Las irregularidades, falta de forma y asperezas de esa piedra son mis defectos, mis imperfecciones. Como leí en algún texto, esa piedra es mi alma antes de ser instruida en los misterios masónicos. Es el inventario de defectos que debo enmendar y que solo yo debo encontrar, aunque cuente con la ayuda de mis hermanos. Más adelante comentaré cómo concibo mis herramientas para trabajar la piedra bruta, o sea, para darle virtud a mi alma.

Solo así creo entender lo que me sucedió en el cuarto de reflexiones. Confieso que cuando salí de ese cuarto y llegué a ciegas a este Templo, estaba totalmente confundido, o mejor, con la sensación de que se avecinaban para mí importantes cambios en mi espíritu. Simplemente acababa de morir simbólicamente. Me había convertido en un grano de trigo que debía germinar y crecer. Pero ahora estoy repitiendo expresiones en abstracto, y esto es precisamente lo que quiero “traducir” a mi vida real como masón. En resumen, había dado un paso, había adquirido un compromiso conmigo mismo, de barrer todos los obstáculos y derribar las barreras que frenaban mi evolución espiritual.

La masonería me da las herramientas y el método para dicha evolución espiritual. Pero, entiendo, que la masonería no puede sustituir la fuerza necesaria para lograrlo, porque esa fuerza, esa decisión, la debo poner yo. Lo que nos hace crecer moral, intelectual y espiritualmente es lo que nos proporciona subjetivamente la mística de la masonería, pero la fuerza la tiene que poner el aprendiz. Entiendo que por solo asistir a las tenidas y participar en los trabajos de su logia el aprendiz no debe esperar que, por generación espontánea, su vida, sus valores y su conducta van a quedar estéticamente modificadas para bien. Hay que buscar, hay que reflexionar y, sobre todo, hay trazarse metas morales e intelectuales.

Por ello considero que la actitud del aprendiz no debe ser contemplativa. El beneficioso silencio que debemos desde nuestra columna, no implica inactividad. Cuando un aprendiz toca la puerta del templo pidiendo trabajo, no lo hace con el simple deseo de asociación para el bien. Son muchas las expectativas, se trae mucho entusiasmo, la curiosidad nos traiciona, se espera que ocurran cosas, que nos enseñen otras tantas (de esas que en el mundo profano se dibujan como un tenebroso misterio), estamos atentos a todo cuando ocurre en el Templo que a veces no comprendemos y otras nos provocan interrogantes, refugiándonos solo en la esperanza y seguridad de que quedan en manos de los “mayores”, de los experimentados maestros. Depositamos en ellos nuestra confianza, porque son los que nos enseñarán el oficio y nos dirigirán la vista hacia la luz.

Mi cincel, en términos prácticos, es la introspección, la capacidad de ver, de forma autocrítica, sin temores y sinceramente mi defectos, ignorancias, fallas morales, egos injustificados, prejuicios, complejos, resentimientos y predisposiciones, aversiones, enfermedades del carácter, irrespeto a los demás; y al mismo tiempo mi cincel es la búsqueda de formas, ayudas y empeños en superar tales irregularidades y asperezas de mi yo, la piedra bruta.

Pero para ello se requiere valentía, apertura de corazón, sinceridad, siempre con verdadero deseo de rectificación y sentimiento de pesar ante los errores. Esto último requiere de algo que viene definido por un vocablo popular que no quiero incluir en esta plancha, y que sustituiré simplemente por la palabra voluntad. La voluntad de ser valiente para asumir el yo real de nuestra vida, para emprender el camino y las formas de enfrentar el coste de la firme disposición de enmendarla, y a la vez accionar la facultad cognoscitiva, la generación de ideas y conocimientos. Todo esto último que describo constituye mi mazo, que es el deseo de tener voluntad de enriquecerme espiritualmente.

Son cincel y mazo sobre piedra bruta, mi renacimiento, que simplemente implica convertirme en un buen masón.

De un tiempo acá, cada vez que se describe o leo algo sobre el trabajo del cincel y el mazo, lo asimilo de esa forma, y con ello me alejo de teoricismos. La simbología masónica no es una tabla de dos columnas, con los encabezados símbolo y significado. Es un sistema armónico de estímulos y acciones, un sugestivo y gráfico método para recordar los preceptos morales del masón. Los símbolos podríamos asumirlos como señales de tráfico en las vías de nuestras actuaciones. La plomada, que no es mi herramienta, es la señal que me avisa que debo alejarme de las desviaciones oblicuas que inducen los hechos deshonestos e ilegítimos. La regla me recuerda que debo respetar las leyes y el derecho ajeno. Y así con el resto de aperos que hasta el momento he conocido en los oficios que veo en el Templo.

Quiero ver en el método masónico algo práctico y útil para un aprendiz.

Pero el intentar dar sentido práctico a la mística masónica del aprendiz nunca he restado importancia al estudio y conocimiento que teóricamente se debe adquirir en el primer grado. Después de todo, es lo primero que estamos esperando después de ser iniciados y que esperamos con interesa. Un aprendiz sin esa preparación difícilmente llegará a alcanzar un sentimiento masónico. Si he llegado hasta esta plancha, que incluso puede ser equivocado, es porque he tenido la suerte de contar con el valioso material que mencioné y mi inquietud de encontrarle sentido a mi muerte y renacimiento simbólicos, sin dogmas, en franco ejercicio de mi libre albedrío.

Para terminar, quiero que mis hermanos puedan dispensar lo que este humilde aprendiz pudo haber interpretado de forma incorrecta. Estoy ansioso de recibir esa retroalimentación. Aprendizaje después del error, no se olvida. También quiero agradecer a los hermanos que me han ayudado, con sus correcciones, a convertir mis reflexiones en un texto mínimamente comprensible.

15 de enero de 6012 (V:.L:.)

Fdo. D.B. – Un Aprendiz Masón