En estas entradas estamos abordando el significado masónico de la palabra regularidad, que posee unas connotaciones diferentes al uso habitual de la palabra y que ha significado un elemento de ruptura en el movimiento masónico internacional.
La regularidad en los inicios de la masonería especulativa.
Como es bien sabido, las logias de canteros operativos fueron admitiendo paulatinamente a profanos en el arte de la construcción. Muchos de ellos eran nobles, que en no pocos casos actuaban como mecenas de estos talleres, atraídos por sus conocimientos o por la libertad que reinaba en su seno en una sociedad tan controlada y marcada por las prohibiciones de toda índole como era la del Antiguo Régimen. A estos masones no operativos se los conoció como los «aceptados».
Poco a poco, las logias de albañiles y canteros van dando paso a otras compuestas esencialmente por personas que no conocen las técnicas de la construcción, pero que discuten en su seno con liberalidad conceptos filosóficos y que emplean la simbología de la masonería operativa en la búsqueda de la propia transformación personal. Nace de esta manera la denominada masonería especulativa, que es la que conocemos y opera en la actualidad.
En 1717, un pastor presbiteriano escocés llamado James Anderson, de cuya iniciación masónica no se tiene prueba alguna, aunque era hijo de masón, selecciona a seis profanos (entre ellos a su yerno, el pastor anglicano de origen francés Jean Theophile Désaguliers), a quienes instruye y con quienes constituye una logia en Londres. Esta logia, junto a otras tres, compondrán ese año la Gran Logia de Londres y de Westminster.
En 1725 nace la Gran Logia de Toda Inglaterra, en York, que era diferente de la anterior y con la que estaba enfrentada.
Entre 1751 (año en que nace la Gran Logia de Libres y Aceptados Masones de Inglaterra) y 1813, a los masones «andersonianos» se les conocerá también como «los modernos». A ellos se enfrentarán, como dijimos, los masones preexistentes conocidos como «los antiguos», igualmente especulativos.
Las acusaciones de cometer irregularidades y la negativa a reconocerse entre sí no se hicieron esperar. Empezaron entonces a no aceptar las iniciaciones realizadas por las logias contrarias, imponiendo la necesidad de «reparación» o «reiniciación» a quienes procedieran de ellas, hasta que en 1813 se soluciona finalmente el conflicto existente en la masonería inglesa y se crea la Gran Logia Unida de Inglaterra (GLUDI en adelante), que coexistirá con la Gran Logia de Escocia y la de Irlanda. Estas Obediencias suscriben un Acuerdo General para reconocer entre ellas a los miembros itinerantes de las logias militares en las logias civiles establecidas en una población.
Vemos por tanto que el problema de la regularidad nace y muere (de momento) en los inicios de la masonería especulativa y es una exclusiva consecuencia de un conflicto en el seno de la masonería inglesa y que desparece tras su resolución.
A partir de ese momento y superado el conflicto, la regularidad queda incardinada exclusivamente a una cuestión administrativa, y si se quiere, casi económica y vinculada al pago de las cuotas a la obediencia correspondiente.
Por entonces tampoco existía en el concepto de regularidad un significado o componente religioso o filosófico. Así, las Constituciones de Anderson de 1723 daban libertad para que cada masón siguiera la religión que hubiera elegido libremente, cumpliendo los deberes subsiguientes, sin exigirle además otra obligación que la que imponía aquella religión «en que todos los hombres están de acuerdo», esto es «ser hombres buenos y leales, es decir, hombres de honor y de probidad, cualquiera que sea la diferencia de sus nombres o de sus convicciones».
Ni siquiera se cerraba la puerta a los ateos, como se ha dicho, sino que entendía que los masones que se consideraban como tales no habían comprendido sus deberes y cometían un error:
El masón está obligado, por vocación, a practicar la moral y si comprende sus deberes, nunca se convertirá en un estúpido ateo, ni en un hombre inmoral. Constituciones, I.
¿Cómo es posible entonces que la cuestión religiosa se convirtiera posteriormente en el elemento desencadenador de un cisma en el movimiento masónico internacional? Lo veremos a continuación.
Condicionantes sociales, religiosos y geopolíticos que explican el origen de la futura la controversia.
Debemos preguntarnos entonces cual fue la causa por la que la masonería, con independencia de la obediencia de adscripción, y que hasta entonces había tenido un cariz verdaderamente universal y ajena a conceptos excluyentes entre sus miembros, en un momento determinado sufre una abrupta ruptura de su universalidad que dura hasta nuestros días.
Esa explicación la encontramos, en mi opinión, en la dialéctica social, religiosa y geopolítica de dos de las tres potencias dominantes europeas del siglo XIX, Inglaterra y Francia, que además fueron las grandes naciones sobre las que pivotó – y aún lo hace hoy – la masonería mundial.
Francia: había sido entonces epicentro de algunos de los movimientos revolucionarios más violentos y transformadores de cuantos habían sacudido Europa desde 1789. La sociedad francesa de 1877 había acabado con la monarquía y las bases político-económicas del Antiguo Régimen; avanzaba en su proceso de industrialización generando una sociedad de clases en la que el proletariado urbano era cada vez más numeroso y estaba más organizado; había abrazado la primera experiencia de gobierno socialista durante los sucesos de la Comuna de París de 1871; vivía la crisis de la derrota frente al recién nacido II Reich alemán con las ansias de reivindicarse y recuperar su prestigio y su papel en el mundo; veía el auge del positivismo científico de Littre, Taine o Comte y, además, avanzaba hacia una sociedad cada vez más laica tras haber apoyado la unificación de Italia y la desaparición de los Estados Pontificios. Para la burguesía liberal y la clase obrera francesas, la Iglesia católica era una institución reaccionaria y contraria al progreso del país. Las actitudes claramente laicistas, cuando no anticlericales, eran cada vez más frecuentes en la sociedad gala y, por extensión, en la masonería de ese país.
Además, esa Francia tiene al Reino Unido como gran rival en el concierto mundial. Ambas naciones están enfrentadas en el desarrollo industrial, en la diplomacia internacional, en el comercio, en la investigación científica, en la innovación y el poderío militar y, en esos momentos, además, en la creación de imperios coloniales en África y Asia. Y así sería hasta la firma de la Entente Cordiale de 1904.
Inglaterra: había alcanzado la estabilidad política a finales del XVII, tras las guerras civiles que enfrentaron a los reyes y al Parlamento entre 1642 y 1688, y que finalizaron con Revolución Gloriosa que condujo a la entronización de Guillermo de Orange, coronado como Guillermo III de Inglaterra.
La monarquía parlamentaria fue un invento inglés, extendido a Escocia, Gales e Irlanda al crearse el Reino Unido en 1707, que permitía la convivencia de ambas instituciones mientras dos partidos se enfrentan en las urnas para compartir las labores de gobierno con el monarca. El paso de la sociedad estamental a la sociedad de clases se hacía de manera menos violenta que en el resto del continente, guardando siempre un sutil equilibrio entre los privilegios de la aristocracia tradicional, las aspiraciones de la burguesía emergente y las reivindicaciones del movimiento obrero. Y uno de los pilares de todo el sistema era la unión indisoluble entre el monarca y la Iglesia nacional. Y la masonería no quedó al margen de todo ello.
La Gran Logia Unida de Inglaterra (GLUDI) se unirá a ese binomio como sustento de las estructuras socio- políticas del Estado. Jorge IV (1762-1830) fue el primer monarca británico nombrado Gran Maestro de la GLUDI. No sería el último miembro de la familia real en ser masón o en ser Gran Maestre (actualmente el Duque de Kent). Pero el o la monarca es también Gobernador Supremo de la Iglesia de Inglaterra y, por supuesto, Jefe del Estado. Para la masonería británica, su vinculación a la monarquía y a la religión revelada no eran discutibles.
Tenemos, por tanto, dos naciones en lucha por la hegemonía mundial, con dos visiones de la masonería: una más conservadora, aristocrática, ligada a la monarquía y a la religión nacional inglesa, y otra más vinculada a los valores del republicanismo, los cambios político-sociales en curso y la laicidad.
Las bases del futuro conflicto estaban servidas…
NOTAS:
1.- La presente entrada es una reproducción escrita de la charla «Masoneria, regularidad, deismo y teismo» impartida por Carlos Berástegui Afonso el 24 de octubre de 2023 con ocasión de la inauguración de la exposición «La eterna luz de la masonería» en la Biblioteca Municipal Central de Santa Cruz de Tenerife.
2.- Para la elaboración de esta entrada y del texto de la referida charla, se utilizaron dos fuentes básicas: un artículo del historiador Kipling (n.·.s:·.) que se publicará en el próximo libro del I Centenario de la Gran Logia de Canarias, La regularidad masónica, un pretexto para la exclusión en la búsqueda de la hegemonía»»; y un artículo sobre «masonería, regularidad, deísmo y teísmo, del médico e historiador Pablo Bahíllo Redondo que también se publicará en dicho libro. A ambos, un eterno agradecimiento.
Imagen de la entrada: El 28 de julio de 1830. La libertad guiando al pueblo (una barricada). Eugene Delacroix. Museo del Louvre.
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