“Aprender en silencio” es la base sobre la que he construido el presente artículo. Quizás para iniciar el mismo deberíamos acercarnos a la etimología de ambos términos como referencia profana sobre la que elevarnos a su visión masónica, desde la posición de un aprendiz francmasón.
Etimológicamente silencio proviene del sánscrito mu y sus derivaciones Muka (mudo) y musterion; (misterio) dicha raíz se complementó en Grecia a través de verbo musin (que significa cerrar) y su ramificación museria (silencio) y en Roma con la raíz (mutus) de donde surge el término mutare o cambiar, por referirse al silencio que las aves observan durante la renovación de su plumaje. Mientras que aprender proviene del latín apprehendere, compuesto por el prefijo ad (hacia) y el prefijo pera (antes) y el verbo hendere (atrapar, agarrar).
Sin duda la aportación de la etimología abre nuestro espectro de reflexión sobre ambas palabras. Del significado limitado que el español nos ofrece sobre silencio como “ausencia de ruido” o en lo musical como “pausa”, su significado o etimología nos abre la mente a una perspectiva más rica.
Diría Pitágoras “El silencio es la primera piedra del templo de la filosofía”. Al iniciarnos como aprendices ya nos adentramos en el Conocimiento desde el Silencio desde la propia Cámara de Reflexión. En ella permanecemos en silencio, a través de la contemplación, despojándonos del “ruido de los metales”, del mundo profano, y enfrentándonos, por primera vez, a nuestro diálogo interior, a las preguntas y sentencias que nos rodean y que nos hablan, en silencio, desde su lectura y meditación pausada. Es en sí mismo un doble compromiso: una actitud activa y atenta a lo que está por descubrirse ante nosotros; y, en palabras de Platón sobre la filosofía, “un diálogo del alma consigo misma en torno al ser».
Es importante también retomar de la etimología la raíz latina de “mutare” como verbo de cambio. El silencio como estado y acción de cambio. No debemos confundir el silencio como una prohibición o como una actitud pasiva de espera, sino que es una elevada atalaya de vigilancia y observancia, una actitud de rebelión, en cuanto ésta lo es de cambio y cuestionamiento interior hacia el Conocimiento Mayor que nos aguarda y hacia el que pretendemos andar. Esto ha de diferenciar al hombre débil del masón. El hombre débil es enemigo del silencio, rechaza la soledad, porque teme encontrarse en ella con su peor enemigo; la conciencia. Adolece de intención alguna de cambio, de mejora, porque ello implica asumir errores, juzgarse. Para el masón, en cambio, el silencio se conforma como Gran Instructor y un Gran Iniciador, una construcción pausada de su Logia Interior, de su templo de Perfección y Verdad, de la búsqueda de lo real, apartando así lo profano e irreal de las sombras, usando las imágenes de Platón y su Caverna. Esto lo vemos en el símbolo de la Trulla (paleta o llana), representación del sonido en la simbología masónica, pues calladamente, sin ruido, va igualando, dando forma a la piedra sobre la que otra piedra habrá de asentarse, y así construir el Templo. Es, por tanto, un símbolo de que la piedra tosca, con trabajo y medida, puede ir formándose para pasar a ser una piedra perfecta.
Cuando el aprendiz está al orden, cruza su mano sobre la garganta, lo que nos ha parecido ser un símbolo más de ese silencio. Ese mismo silencio que se justifica en el saludo o petición de la palabra: “no sé leer ni escribir, sólo se deletrear”. Sin duda el asumido silencio nos libera y nos permite frenar, y finalmente dominar, nuestras flaquezas y pasiones. Tener amor por la palabra, tanto al sonido, al sentido, y a quien va dirigida, es esencial para un buen Masón. Desde el silencio afirmamos nuestra ignorancia previa al aprendizaje, nuestro desconocimiento, pero también nuestra intención y compromiso por alcanzarlo. ¿Qué puede enseñar quien no sabe? ¿Qué puede decir quién ignora? Como diría el sabio Lokman, que enseño a su sucesor: “¡hijo mío! Si la gente se enorgullece por su elocuencia y por su arte de buen decir, tu deberás agradecer a Dios el haberte dado juicio para saberte callar».
Como quien carece de voz, el aprendiz debe agudizar el oído y la vista, escuchar activamente, que dista de la simpleza de oír, y engrandece en virtud la simple escucha. La escucha activa implica una actitud de vivencia y aprendizaje, de reflexión y resonancia interna, asumiendo y tomando lo ajeno como propio. La vista en modo de observancia, de atención amatoria hacia lo que lo circunda, no sólo como un espectador frente a la representación, sino como una piedra más, aunque imperfecta y tosca, de La Logia.
El silencio que se practica, por tanto, en este primer grado, se transformará de estado – medida – herramienta, a virtud inequívoca del Masón. Todo camino hacia la Virtud no es en ningún caso una actitud vejatoria o autoritaria para el aprendiz, ni un camino de frustración o mortificación, sino una generosa oportunidad que ofrece La Logia y los Hermanos para que, en ese silencio, se construya el Masón y crezcan en el los Pilares Fundamentales de su ser.
Pero este silencio, no debemos olvidar, que no es sólo un estado físico de vacío de palabra, sino también un juramento de secreto respecto a todo lo que concierne a lo ocurrido en Logia y los conocimientos adquiridos en ésta. Fundamento repetido varias veces en el Rito de Iniciación, obliga a una actitud de vigilancia y seguridad para con la Masonería y los Hermanos. No deja de ser esto otra prueba de humildad y fidelidad al Orden, lejos del pensamiento profano de “mostrar y publicitar todo cuanto se es y se hace”, propio de los tiempos en que vivimos. El masón ha de ser discreto en su reflejo, hablando por sí solo sus obras y pensamiento, pero nunca palabra alguna a profanos de lo vivido en Logia, ni de sus Hermanos. Por tanto es un silencio fiel, leal y disciplinado. Como dicta un adagio hermético que encontramos “los labios de la sabiduría están mudos fuera de los oídos de la comprensión».
De igual forma, como en una gran sinfonía o en la creación artística, en una construcción, el silencio es el momento desde el vacío, la nada, antes del primer paso, la piedra prima, la nota primera. Pero no sólo tiene una importancia en el anterior a todo, sino que también en la propia ejecución de la obra. El silencio es necesario para marcar un ritmo invisible y perfecto, al tiempo que permite llenar de cadencia e importancia a cada uno de los instantes y avances. Del mismo modo, no todo queda ahí, el silencio también se encuentra en el postrer de la creación. Toda obra tiene por obligación crear un silencio después, un deleite reflexivo, una observación meditativa de lo realizado. Tan sólo así, cualquier obra, se convierte en Arte Real. Es un silencio permanente y constante en la creación, quizás el cimiento perfecto, la piedra angular desde la que el Gran Arquitecto acomete su obra, y a través de ella, nosotros podemos acercarnos a Él. Es el Silencio una gran representación del Orden Universal, pues este marcha en silencio, reflejado en los pequeños cambios que en la naturaleza se convierten en una pausada sinfonía.
Si bien el silencio nos permite en Logia aprender del ejemplo de nuestros Queridos Hermanos, no debemos olvidar que también ese silencio es un aprendizaje en prudencia e indulgencia. No sólo se trata de una actitud de humildad, como concepto de la acción del conocimiento de las propias limitaciones y debilidades, sino también de una actitud fraternal para con los errores y defectos que se ven en el otro. No sólo debe ser un silencio físico, sino un silencio del alma, una entrega generosa de aceptación y respeto hacia uno mismo y hacia el otro, llevada desde la comprensión, al amor fraterno. Diría Miguel de Cervantes en el Diálogo de los Perros “La humildad es la base y fundamento de todas las virtudes, y que sin ella no hay alguna que lo sea».
El aprendizaje en silencio en La Logia, o en sí mismo el silencio practicado, no debe quedar anclado dentro del Templo cómo si sólo en este fuera necesario, y se limitara a este espacio físico su compromiso. El silencio, una vez alcanza el grado de Virtud, debe ser una imagen propia del Masón dentro y fuera del Templo. Una seña de que el hombre que lo guarda y lo respeta, virtuoso o trabajando hacia la virtud, conoce y usa la pausa y el silencio para reflexionar antes de hablar o actuar en el mundo profano, carece de enjuiciamiento hacia el prójimo, respeta las ideas ajenas, observa amatoriamente la creación del Gran Arquitecto, y es hermano para sus Queridos Hermanos en Logia, como lo es para los hombres y mujeres del mundo. En definitiva recoge en su Logia Interior la experiencia vivida en el Templo, construye el suyo en su alma con los pilares de la Sabiduría, Fortaleza y Belleza, y viaja hacia el Conocimiento No Revelado, ofreciendo La Luz de sus obras, también en el mundo profano.
Tan sólo dos citas como reflexión última. Catón diría “La primera virtud es la de frenar la lengua; y es casi un dios quien teniendo razón sabe callarse” y en palabras de Friedrich Nieztche “El camino a todas las cosas grandes pasa por el silencio».
Ararat – LAGP